Ella
se siente perdida, como si pasara por una autopista en la que ya no le pidieran
peaje después de haberle cobrado de más tantas veces. Piensa que ya no es
tiempo de querer jugar con muñecos, cree que eso solo se hace a edades
tempranas, que ahora es tiempo de tirar el azuelo y esperar a que algún ser tan
incomprendido y aburrido de esperar, como ella, se decida a boquearle a la
esperanza. Pero sabe que lo más parecido al amor que esa persona recibiría de
ella seria un “Venga, házmelo rápido que tengo que ir al trabajo” dejándolo a
medias mientras se baja la falda, coge el bolso y cierra la puerta bien fuerte.
Sostiene
en una balanza las ganas a un lado y la derrota a otro, está decidiendo si
soltarla y dejar caer todo el peso, porque esa lucha duele tanto… Nunca pudo
ganar algo bueno.
Hay
una diferencia muy grande entre lo que queremos hacer y lo que creemos que
debemos hacer y a muchos de nosotros, al igual que a ella, nos da miedo caminar
después de haber caído tantas veces porque levantarse con los años se va
haciendo más difícil.
Ella
no quiere practicar sexo tántrico para tener el orgasmo mas largo de su vida,
ella solo quiere que su vida con él sea un eterno orgasmo pero, ya hace tiempo
que perdió la escalera de colores que escondía entre la goma de sus bragas,
sabe que eso sería mas difícil que entrar desnuda en el Congreso de los Diputados
con una bandera republicana atada al cuello.
No
le queda otra opción. Vivir de gemidos sordos, fumarse un cigarro a pachas con
la almohada antes de dormir y despertarse con la única prisa, la misma con la
que los urbanos recorren la ciudad, de conocerlo.