Creo recordar que la primera vez que le
vi fue en el autobús, destino a la universidad a la que por casualidad me
dirigía yo. Fue un verano, no recuerdo bien cuantos años han pasado. Solo se
que cuando le vi me sentí extraña, de pronto aquel viejo autobús circulaba mas
lento a diferencia de la piedra latente de mi pecho. Él me miro como si de
lejos se acercara un tsunami que segundos mas tarde arrasaría la ciudad. Todo
se quedó allí, y empezó mi primer día de clases en el extranjero y no se
bien porqué pero no atendí una mierda a todo lo que decían esas profesoras
inglesas que parecían recién salidas de un baño en polvo de arroz.
Conocí a mucha gente pero no quería ir
con ellos, eran cínicos. Sus vidas se basaban en dormir, beber alcohol hasta la
saciedad, polvos de una noche, y amnesia a la mañana. Esa gente era aburrida,
sus vidas eran tristes… no tenían ni amor por ellos. Yo mientras tanto pasaba
los días escondiendo en mi mochila algunas de las cosas que preparaban las
señoras del comedor para saciarme a la noche, después paseaba por el lago
mientras me fumaba un cigarrillo y daba trozos de pan a los patos. A veces mi
aburrimiento era tan inmenso que pensé zambullirme con los cisnes que me
miraban como si fuera de otra galaxia, pero no conocía nada de su profundidad,
así que volvía a mi apartamento con los brazos cruzados mientras
observaba el vaho que salía de mi boca. Noches a cero grados en las que dormía
sola y era necesario encender la calefacción sino quería dormir en un hospital
acompañada de la tarjeta de crédito como resultado de una jodida hipotermia. Mi
debilidad llegó a tal punto que esos días hasta las moscas me parecían seres
entrañables.
Quizá fue a mediodía, si, fue entonces.
Entregué el ticket de la comida, cogí un par de cosas, pasé por caja y me senté
en una mesa vacía que había junto a la ventana, desde allí podía ver la
facultad de medicina escondida entre los árboles en los que revoloteaban los
malditos pájaros que me despertaban cada mañana. Empecé a comer y de repente
eché de menos algo de bebida, debí olvidarla, así que me levante dispuesta a
coger algo dejando sobre la mesa aquel libro del que no me había separado en
los 6 días que llevaba de estancia en ese lugar, “lo verdadero es un momento de
lo falso” había perdido la cuenta de las veces que había pasado sus hojas pero
ese libro escondía algo especial. Cuando regresé de coger la bebida estrella
del comedor encontré al chico del autobús escribiendo sobre la primera página
de mi libro algo que era indescifrable de lejos, de modo que me acerqué
- ¿Alguna vez has leído este libro?-
dije. Como siempre yo y mis preguntas brillantes.
- Sin duda es mi favorito, la primera vez
que te vi no creí que tuviésemos algo en común- me respondió
- Por tu forma de hablar intuyo que eres
español, del norte, ¿verdad?
- De Cantabria, concretamente. Por tu
acento intuyo que eres del Sur, ¿verdad?
- De Jaén, concretamente
- Y se puede saber que hace una chica
como tu en un lugar tan frío como este?- pregunto con cierto interés
- He venido hasta aquí para tomar unas
cuantas clases y también buscando algo de cambio. Ya sabes, “solitario
corazón vaga sin rumbo por aquí buscando un poco de emoción”- dije yo,
volviendo a ser brillante
- No imaginaba que tuviésemos mas cosas
en común, los libros, la música…Si quieres un poco de emoción te espero a las 7
en ese bar de Dublín que tanto te gusta- dijo, y acto seguido volvió a dejar el
libro justo donde yo lo puse y se marchó susurrando el resto de la canción.
Abrí el libro y con una letra casi
digna de un medico que lleva ejerciendo toda su vida pude leer: “Esta noche,
quédate”
Terminé mi plato mientras pensaba en lo
raro que era todo aquello y me dirigí hacia mi apartamento para descansar y
buscar algo decente que ponerme a la noche
Eran alrededor de las 6 y media y
andaba como loca por la calle buscando algún taxi que me llevara al Temple Bar,
supuse que él se refería a aquel sitio, sin duda era mi favorito. Al fin llegó
uno de esos taxis roñosos de color amarillo y logré decirle a conductor hacia
donde me tenía que llevar. Era notable que aquel coche ya tenia unos cuantos
años ya que su tapicería agujereada dejaba mucho que desear, el tipo empezó a
hablarme de que siempre había querido viajar a España, que era fanático del
futbol, blablabla… El caso es que no presté demasiada atención a lo que
el me decía, mi cabeza no andaba precisamente por España.
Media hora mas tarde y tras dejarle
algo de propina al extraño taxista llegué a mi destino. Había bastante gente,
gente joven como nosotros que bebían cerveza, charlaban, reían y parecían
estar a gusto. Di una vuelta por el bar y lo encontré en la barra con esa
aura inquietante que le rodea y ese aire bohemio que me volvía loca Llevaba una
vaqueros negros, unas converse rojas algo desgastadas, una camiseta de Nirvana
y una especie de pañuelo en su cuello cuyo olor era cloroformo para mi nariz.
Su pelo parecía no haber conocido nunca un peine, pero le sentaba muy bien.
Después de quedarme un buen rato
embobada decidí acercarme, mientras él se empinaba la botella de Franziskaner
que sostenía en su mano derecha
-Hola forastero- dije con un tono un
poco gracioso
-Vaya, creía que ya no vendrías. Pensé
que no te fiarías de un tipo que te mira raro y escribe sobre tu libro mientras
tú no estás.
- No me inspiras desconfianza, me
apetecía venir hasta aquí.
-Por cierto, me llamo Iván
- Yo me llamo Alicia
- ¿En el país de las maravillas?- dijo
mientras reía, no se si fruto del oro que estaba bebiendo
- Anda, si tenemos aquí a un
graciosillo. La verdad es que este país esta empezando a ser maravilloso ahora
que te conozco.
- ¿Lo dices en serio? – preguntó
suplicando para sus adentros una respuesta afirmativa
- Si, muy en serio – respondí con esa
sinceridad que hacía tiempo que no notaba en mi voz.
Me contó que vivía en el apartamento de
al lado del mío, que cada noche me veía salir al lago y que llevaba varios días
planeando como acercarse a mi y que no pareciera un acosador desesperado y no
se le ocurrió mejor manera que escribir sobre mi libro.
Me invitó a beber sobre la barra
mientras conversábamos y observábamos las fotografías de estrellas del rock que
pendían de las paredes. Incontables cervezas después salimos a la calle riendo
sin motivo alguno y paseamos por la ciudad hasta el amanecer.
A partir de ese día sí que empecé a ser
Alicia en el país de las maravillas. Iván era increíble. Tenía defectos pero se
complementaban con los míos y se convertían en algo dulce. Me despertaba cada
día tirando la puerta abajo, sacaba varios conjuntos de mi armario y paseaba
por el pasillo hasta que yo salía de la ducha, desayunábamos juntos, comíamos
junto y cada tarde y cada noche salíamos a pasear por la ciudad, subíamos
y bajábamos escaleras mecánicas en centros comerciales, nos atiborrábamos a comida
basura, perseguíamos a los camiones de Monster por si nos regalaban algunas
latas, recorríamos todos los bares de la ciudad, cruzábamos una y otro vez el
Halfpenny Bridge cantando la canción de Molly Malone, inmortalizábamos momentos
con el automático de mi cámara réflex, cocinaba platos creativos con esa magia
que le faltaba a la comida que preparaban aquellas señoras y siempre reíamos,
reíamos sin parar. Con él era imposible dejar de hacerlo.
El último día de la estancia de Iván
decidimos viajar hasta Downhill Beach, él se merecía una buena despedida. A mí
aun me quedaban cuatro días de estancia y sinceramente no sabía como iba a
aguantarlo, sin él aquel viaje ya no tenia demasiado sentido.
Aquel domingo lo noté extraño, con
ganas de hacerme preguntas pero no se atrevió. Pasamos un buen día pero ambos
regresamos vacíos. Me acompañó hasta mi apartamento, yo le dije que me esperara
en el salón y me apresuré a meterme en la ducha y deshacerme de una vez de toda
la arena que cubría mi cuerpo. Él no atendió a lo que le dije. No me esperó en
el salón, y tampoco se puso a pasear por el pasillo como acostumbraba a hacer.
Se atrevió a cerrar la puerta del baño por dentro y a apartar la cortina del
plato de ducha. Mis ojos se clavaron en los suyos y no nos hizo falta ninguna
palabra. Acarició mi pelo y comenzó a besarme con esas ganas que le
caracterizaban, sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo a la vez que yo me
perdía en su cuello, me agarró de las nalgas y de pronto sentí el frío de los
azulejos en mi espalda. No se si nuestra temperatura corporal aumento o el agua
comenzaba a salir un poco fría pero no fue ningún obstáculo para dejar de
fundirnos. Esa noche se quedó y me abrazó entre las sabanas. Desperté a las 10
de la mañana reconociendo su olor en la almohada pero él ya no estaba allí,
solo dejó sobre el escritorio una postal de una famosa playa de Santander, la
pipa de la que habíamos fumado durante casi un mes cargada hasta arriba de
tabaco y una nota que decía “Espero que sigamos siendo socios en lo de soñar
despiertos” acompañada de un número de teléfono con prefijo español.
![]() |
Halfpenny Bridge ( Dublín) |
Empecé a golpear la puerta de su apartamento pero era cierto, él
ya debería andar rumbo a tierras cántabras. No sé si fue un punto de locura,
desesperación, amor o simplemente la necesidad de abrazarlo pero en menos de
tres horas estaba rumbo al aeropuerto con la nota en mi bolsillo, la maleta en
una mano y el humo de la pipa enrojeciendo poco a poco mis ojos. Cinco horas
después me encontraba en la misma playa que aparecía en aquella postal, con el
móvil en la mano marcando aquel número de teléfono… Me falta vida para contar
todo lo que pasó después de que Iván respondiera a mi llamada, solo os puedo
decir que era despistado y atento a la vez y que me hizo feliz, que en este
momento acaricia mi pelo y sonríe mientras escribo y me hace feliz.